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La Autopista del Sur

Esa pregunta hizo que Clara sacara fuerzas de donde no las había, y reescribiera su historia para contarla detrás de un volante. A 13 años de distancia, esta operadora de tractocamión con doble semirremolque recuerda, con dolor y nostalgia, lo difícil que fue abrirse paso en un gremio acaparado tradicional y culturalmente por hombres.

Oliverio Pérez Villegas

Aquel día, recuerda, ni ella ni sus cuatro hijos comieron porque no tenían nada. Se juró no volver a pasar por una situación tan dura. Tocó todas las puertas hasta que le dieron una oportunidad. Y así fue, se subió a un camión para empezar un viaje que la sigue llevando hacia una vida mejor.

Clara se casó muy joven. Tenía 17 años cuando nació su primera hija y durante 15 años se dedicó a las labores domésticas. Un buen día, tomó a sus cuatro hijos, dos costales con ropa y un bonche de documentos y dejó Durango, su tierra natal. Su hermana ya los esperaba en Nuevo Laredo, donde le ofrecía al menos un techo para vivir.

El amigo de un conocido le consiguió trabajo en la cocina de un despacho aduanal. “Llegaba puro trailero y yo los veía. Me sorprendía ver cómo gastaban y la buena vida que algunos se daban. Además, los camiones eran impresionantes. Hasta parecían salidos de una película americana”.

Empezó a trabar conversación con algunos de ellos y así nació su inquietud. “¿A poco será muy difícil aprender a manejar un camión de ésos?”. La pregunta le iba haciendo más ruido, hasta que se animó. Cada que llegaban sus nuevos conocidos les pedía que le enseñaran a conducir. “Me tiraban de a loca, me sacaban la vuelta y nadie me tomaba en serio”.

Hasta que uno le dijo que sí. La dejó subirse a su camión y le fue enseñando de a poco. La dejaba hacer maniobras en el patio de la empresa en la que trabajaba y así fue como empezó. Le dijo que sacara su licencia y lo hizo. También le pagó un curso para formalizar su capacitación. Ya estaba lista, pero le faltaba lo más importante: conseguir trabajo.

Fue en ese momento cuando no tuvo con qué alimentar a sus hijos. Entre causas y azares, un contacto le consiguió trabajo en la Ciudad de México: labores de patio. Ahí empezó formalmente como operadora. Un año y medio le tomó cumplir este deseo, aunque el camino aún le deparaba una prueba de vida.

Cuatro meses en patio duró la primera aventura. El único “error” que cometió fue ser mujer. No se lo perdonaron. Se fue con un particular y empezó a hacer distribución urbana, sin conocer la capital, pero con la misma hambre que la motivó a seguir adelante. El apoyo de sus compañeros fue fundamental. Su agradecimiento sigue vigente.

Hasta que la invitaron a manejar full. La capacitaron para Kimberly Clark y descubrió que eso era lo suyo. Ahí fue donde realmente empezó a adquirir la experiencia que hace cuatro años la llevó a subirse a un T800 de Autotransporte Nacional de Carga (TNC), una empresa especializada en el traslado de material peligroso. En uno de estos viajes sucedió.

Amanecía en Irapuato cuando Clara regresaba de Manzanillo a la Ciudad de México. Detrás de ella, dos semirremolques llenos de tolueno. Un torton se quedó parado a media carretera. El impacto fue brutal, inevitable. Su camión se partió en tres, literalmente.

Ella terminó entre los dos ejes traseros. El vehículo se incendió. Clara sabía que en cualquier momento podría explotar y su instinto de vida –y de muerte– la hicieron levantarse, correr, pedir auxilio. Su cara, sus manos y su espalda estaban envueltas en llamas. Corría, se golpeaba para mitigar el fuego que quemaba su piel, temía morir.

Sobrevivió. Un taxista la auxilió para llevarla a la Cruz Roja. Quince días después fue sometida a una cirugía, pues las quemaduras en su cuerpo fueron muy graves. Sus manos ahora tienen injertos y estuvo incapacitada un año entero. El accidente casi la aleja de volver a subirse a un camión. Regresó, pues cree que aún tiene mucho que dar y aprender en esta remota Autopista del Sur.

TyT